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miércoles, 29 de septiembre de 2010

Dios no tiene necesidad de que se crea en Él para existir

En estos días, a raíz de la opinión (basada en una teoría) de un científico, Stephen Hawking, quien en un libro “The Grand Design” (El magnífico diseño) escribe que el concepto de Dios “no es necesario para explicar la creación del Universo porque las leyes de la física bastan para explicar su origen” (en “Breve historia del tiempo Hawking sugería, en cambio, que esas leyes postulan la existencia de un ser superior), uno de esos “filósofos opinadores” o “columnistas” que suelen haber en los diarios paraguayos, con un algún estilo literario pero un razonar no muy humano (su falaz “erudición” deja mucho que desear), una vez más se viene lanza en ristre contra Dios, las religiones (a las que culpa de todos los males del mundo) y sobre todo la Iglesia católica (que estúpidamente busca destruir a como de lugar).
El “articulista” aduciendo que “fe y ciencia no son compatibles”, “razona” una conclusión: Dios no existe. Ya en otras oportunidades se ha despachado contra el Ser Supremo, el Dios de los creyentes, con el argumento macizo de que son más los crímenes que se han cometido en nombre del Señor mismo que en las épocas y lugares donde su presencia escasea. Y alaba el ateísmo como lo podría hacer Ernesto Bloch, el utopista concreto del "Principio esperanza".
Cualquiera comprende que las guerras de religión no han sido comandadas por el Señor de los ejércitos, sino por los soberanos del poder temporal, ansiosos por ampliar sus territorios geográficos asaltando de paso la conciencia del asolado, imponiéndole el consuelo o el inri de la nueva creencia.
Habría que desencasillar la noción de Dios del eje de cada una de las religiones impuestas por grandes iniciados para conglomerar a sus pueblos. Una cosa son Alá, Krishna, Rama, Brama, Shiva, Zoroastro (no sé si Budha encaja), todos dignos de la veneración de quienes ante ellos se postran, pues con esa venia profunda le dan asidero a su alma inmortal, y otra cosa muy distinta el Jehova de los judíos y aún mucho más Jesucristo, la encarnación de Dios mismo que de esta forma se hizo presente entre nosotros y cognoscible a los ojos internos del hombre. Y así como barbas no tiene, tampoco historial delictivo que adjudicarle. Desde luego, los íconos históricos tangibles son poco presentables en la sociedad de la ciencia, pero tienen el poder de hacer accesibles las ceremonias de adoración, pues es casi imposible postrarse ante un concepto abstracto por más que refiera a una Persona concreta.
Yo, como muchos amigos, abandone a Dios en la edad primera, más por desprenderme de un “lastre” heredado que por el berbiquí de la duda, pero sobre todo por no entender la paradójica postura de quienes “predicaban” una doctrina, un mensaje evangélico mientras su vida estaba en contradicción con tal mensaje, a más de pregonar la necesidad irrazonable de aceptar una situación de dolor y miseria humana simplemente porque Dios lo quería así y no había nada más que hacer (eso sí, ellos desde sus charolados zapatos no vivían ese dolor ni esa miseria. Eran esos pastores de quienes el Vaticano II dice que “con su conducta religiosa, moral y social han ocultado más que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión”). Finalmente porque con la ciencia era suficiente, pensaba, para explicarnos el mundo y sus misteriosos engranajes.
Recuerdo que en el principio nos burlábamos, Zarathustras de papelillo, de quienes no sabían aún que “Dios había muerto”. Pienso ahora que la pasión tan intensa que poníamos en nuestro ateísmo obedecía a una beatitud recóndita, “pues nadie apuñala una galleta de soda” o se toma tanto trabajo para negar lo que no existe. “Contra factum non valet argumentum”. “El temor del hombre a la Nada es Dios” era nuestro estribillo. Hoy, observando a la distancia, en ese “nadaísmo” éramos una pandilla de místicos Con el agregado de que la mayoría todavía lo niega o nunca lo supo. Hasta en eso se manifiesta la majestad del Altísimo.
Leyendo bien alguno de esos artículos aparecidos en estos días, no es contra Dios los argumentos escritos, sino contra quienes se arropan en su santo nombre para justificar abominaciones. Que es lo que deben hacer quienes portan el don y la fe divina. En ese sentido, los mismos escritores “ateos” se convierten en una de las pruebas de la existencia de Dios, quien no tiene necesidad de que se crea en Él para existir.
El ser humano que no se encontró con Dios en su tránsito se perdió de la razón de haber vuelto. Y hasta allí le llegó su eterno retorno. “Dios mueve mi mano”, escribió el ateo poeta colombiano Jorge Zalamea cuando expiraba. Me solazo pensando que yo tampoco habría vuelto a creer en Dios, si Él no me hubiera hecho digno de ello.
G. L

lunes, 13 de septiembre de 2010

"Dios ama más tu libertad que tu salvación"

Primeros Pasos - Vincent Van Gogh

“Pá í tengo la impresión que mucha veces los padres de familia no aman a sus hijos, porque tienen miedo de la libertad de ellos”.

“Explícate mejor porque no entiendo”.
“Tengo un chico de la catequesis que debe recibir la Confirmación y la Iglesia le exige un padrino o madrina. Él miró a su alrededor y se dio cuenta que el único que podía ayudarlo en la fe era un adulto amigo suyo.
Habló con su mamá, ella se puso furiosa porque a quien él había elegido como padrino no era de la familia y porque ella había ya decidido que el padrino de su hijo tenía que ser un tío (al cual este chico nunca ve). Al contrario este adulto es un compañero en el camino de la fe del hijo.
Querido Padre, mirando a este hecho me di cuenta como a nosotros padres nos cuesta amar la libertad de los hijos. Nosotros que tenemos la pretensión de saber cuál es el bien para nuestros hijos”.
“Querido hermano muchos padres tienen miedo de la libertad de los hijos, los protegen muchos porque no quieren que crezca, que alcance su madurez. Un hijo no puede llegar a su madurez si no es a través de la libertad. Nosotros padres tenemos miedo de la libertad de los hijos, que son la imagen de la libertad de Dios.
Esto ocurre también dentro de la Iglesia: no amar a la libertad de los feligreses.
Si el hijo fuera llevado a su plenitud sin libertad, no podría ser feliz.
Muchos padres tienen miedo de afrontar el desafío de la libertad. Por eso son súper protectores o “buscan sistemas tan perfectos para que el hijo sea bueno”, diría T. Eliot.
Pero los hijos no son nuestros, como la vida no es nuestra. La libertad humana, aún debilitada por el pecado original, sigue siendo un signo indeleble de la criatura de Dios.
Amar la libertad de los hijos, es amar su destino. Es claro que un padre no puede permitirlo todo, tiene que indicar un camino, pero sin dejar de preguntarse ¿Cuál es el bien para mi hijo? Esta pregunta no es tenida en cuenta el padre o la madre, como en el caso de tu chico, se transforman en dueño del destino del hijo, y así no lo educan, sino que lo castran, eliminando el deseo del hijo.
Porque el deseo de algo verdadero, bueno y grande, viene siempre de Dios. Y si el amigo me ayuda más a vivir la fe que mi tío, ¿por qué no puede ser mi padrino? Cortar este deseo es imponer mi voluntad y no la de Dios.
Por eso quiero recordar a todos los padres de familias que Dios ama más tu libertad que tu salvación”.

P.B